Nos íbamos a Los Ángeles dos dias despues, así que al día siguiente yo queria ir a despedirme de Tortuga Veloz. Susan no podia acompañarme en esta ocasion, ya que tenia «un millón de cosas que hacer». La responsabilidad iba a recaer sobre Quick y sobre mí, pero no me importaba. Compré un impresionante cuchillo en Stockton, con una vaina de piel. Era mi regalo para Tortuga Veloz, y el único que se me ocurrio, dada su forma de vida y sus escasas necesidades. Me habia dado cuenta de que llevaba al cinto un cuchillo viejo y gastado, que debio de
ser un arma formidable en otros tiempos. Confiaba en no herir ninguna pri- mitiva susceptibilidad1 ofreciendole aquel presente. En el fondo, todavia no dejaba de sentirme cohibido2 por muchos detalles de la vida y el com- portamiento del viejo hechicero. Su forma de hablar ofrecia a veces un cierto grado de misterio, una velada pantalla a caballo entre el pasado
y el futuro en la que era difícil adivinar la verdadera imagen.
El día en que Tortuga Veloz observó mis manos fue el último día que vimos a nuestro amigo como siempre le habiamos visto. Por eso guardo un recuerdo muy especial de él. Ya nada seria igual a partir de ese día, y los ciegos impulsos de la naturaleza humana desencadenarian la tempestad a la que nos vimos arrojados. Cuando Susan y yo regresábamos a casa, estuvimos comentando lo que no nos atrevimos a expresar en la cabaña: el aspecto de Tor- tuga Veloz. Como papá, él tambien, a veces, parecia envejecer súbitamente. Fuesen cuales fuesen los sueños de la noche anterior, tuvieron que ser muy especiales y de muy difícil interpretacion, a pesar de sus mágicos poderes de hechicero miwok


Las palabras subrayadas del texto contienen dip- tongos o hiatos. Coloca la tilde en aquellas que deban llevarla y cópialas a continuación

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