Al principio muchos vecinos se lo tomaron como un juego de chicos, como la sugestión infantil hacia se asever y comenzaron a plantearse dudas e incertidumbres. Los padres observaban por las noches atentos a cosas paranormales, pero cuando los chicos dejaron de salir a jugar a la vereda la preocupación sombras y baldíos en busca del motivo de la intranquilidad de sus hijos. a las Una madrugada de noviembre el grito desgarrador de una mujer despertó a varios vecinos de la calle Cuando las casas aledañas encendieron las luces para ver qué sucedía se encontraron con el mismo Verón. Sus hijos habían desaparecido, no estaban en su habitación y la puerta abierta de par en par. destino: los chicos de la cuadra habían desaparecido. Salieron todos los vecinos desesperados a la calle entonces vieron que en las otras cuadras pasaba lo mismo; los padres aparecían desesperados, en medio del sueño, en busca de sus hijos. De pronto se escuchó un grito desde la esquina. -¡Vengan! ¡Los chicos están acá! y Todos corrieron. Al llegar a la esquina se sorprendieron observando cómo papás de todas las cuadras salian desesperados. Lo que vieron en la escena fue el paisaje más macabro que recordarían por el resto de sus días. En la intersección de Bazán y Moyano estaban todos los chicos de los tres barrios, en ropa interior o pijamas, agachados contra el suelo, de rodillas, rasguñando el asfalto de manera frenética , lastimándose dedos y uñas, perdiendo sangre y piel en cada escarbada. Se movían de una forma mecánica, como poseídos por algo que los llevaba a intentar hurgar en el pavimento. Cada padre acudió a su hijo levantándolos por los aires. Los niños no se resistían, pero tampoco dejaban de observar el piso y estirar sus manos manchadas de sangre para seguir con algún cometido diabólico. "Las mellizas están abajo" decían algunos, "acá están las hermanitas" "tenemos que ayudar a las mellis " , "¡Ayuda!" comenzaron a gritar varios sin salir del trance. Los vecinos se desesperaron y alejaron a los niños de ahí. Pero algunos comenzaron a reaccionar, como despertando de una pesadilla y lloraban aterrados. Llamaron a la policía aunque nada tenía que ver en el asunto. Entonces apareció, como un espectro gris, Raquel, la señora de la calle Bazán. Su rostro denostaba tristeza y preocupación. Miraba sorprendida el horroroso espectáculo. Un par de horas después había personal de la Municipalidad de Maipú y algunos patrulleros en la intersección. La zona estaba vallada, no se dejaba pasar a nadie, ni a los medios de comunicación que se habían apostado al rededor entrevistando vecinos. Los obreros estaban abriendo un hueco en el pavimento, exactamente bajo el lugar donde los niños rasguñaban el suelo . Raquel había contado una historia del pasado, ahora le cerraba todo y algo en su interior le decía que bajo el pavimento, las acequias posiblemente guardaran un oscuro secreto. Desde que nació había vivido en la zona , su padre empezó siendo contratista de la finca de los Flores, un enorme campo de varias hectáreas que antaño había ocupado gran parte de Maipú. Esta familia gozaba de una prosperidad absoluta y todo era dicha y felicidad, hasta que la desgracia los marcó para siempre. Un verano, como de costumbre, las hijas de Rubén Flores, dos mellizas de siete años, jugaban en las zonas aledañas al canal Pescara, el cual hacía las veces de riego. De pronto se desató una tormenta imprevista y agresiva, típica de la época. El viento, la lluvia y el granizo no les permitió a las hermanitas salir del lugar, menos cuando la crecida del Pescara las arrastró violentamente. El canal se ramificaba por varias fincas, por muchos terrenos , desembocando en el Cacique Guaymallén, a kilómetros del lugar. La búsqueda se intensificó por días y semanas, hasta que a los dos meses dejaron de buscarlas, pero no la familia. Este suceso los arruinó anímica y económicamente. Los Flores estaban devastados. Cuentan que Rubén y su mujer murieron de pena. La finca se vendió, vino la urbanización y todo quedó en la memoria, sobre todo en la memoria de una amiga de las mellizas: Raquel. La excavación duró todo el día, esa jornada fue caótica en el barrio . Los niños se quedaron dentro de sus casas curando sus heridas con la prohibición de salir a la calle. El semblante de todos estaba mejor y había vuelto la chispa de la inocencia a sus miradas. Habían descubierto eso que los buscaba. Al anochecer, entre iluminación artificial y sirenas, un obrero encontró algo: ropa, huesos... Esa madrugada, dieron a conocer la noticia. Setenta años después de la desaparición de las mellizas Flores las habían encontrado, estaban en las profundidades del pavimento, bajo las acequias , en una de las ramificaciones que antaño había tenido el canal Pescara. Era momento de devolverle la paz a las hermanas y a los tres barrios. El cometido de las mellizas habia dado sus frutos.

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