transcribe el siguiente texto a tercera persona Eran las seis de la mañana, después del cuarto cigarrillo, empecé ésta novela sentada en una cafetería de éste maravilloso lugar donde vivo. Todo empezó un 8 de diciembre de 1992.
Hace unos años decidí no comprar más libros, si bien sigo siendo una lectora empedernida. Han sido tantas las mudanzas propias y ajenas, que cuando tenía que de tener una biblioteca.
Empezaron los préstamos de libros. Si se me ocurría comprarlos, los regalaba después de leerlos, casi de inmediato. También me hice socia de una biblioteca. Para que me quedara un testimonio de lo leído, subrayaba con lápiz negro, copiaba los párrafos seleccionados y los borraba del libro obtenido en la Biblioteca Popular. Nunca supe porque, los llamé hilvanes. A todos los conservo. Ya hace más de tres años que lo hago. Me gusta todo de éste oficio, inclusive la precisión.
No importa como lo hago, me importa el para qué. No enmudecer en el camino, con humildad quiero escribir, levantada por la mano del deseo, jugando. Quiero hacerlo como cuando hablo, sin tregua y sin mirarme demasiado.
¿Qué me gusta cuando escribo?
¿Por qué esa manía de hacerlo a mano. Lo hago como si me estuviera apremiando una editorial, con la entrega?
No confío en las teclas fingidas de mi computadora. Tengo recuerdos que me habilitan a no hacerlo. Noches enteras de desvelo y a la mañana siguiente comprobar que el texto estaba desaparecido, no por arte de magia, si no por no saber u olvidar darle un click a “Guardar”
No tengo celular, no me gusta que me rastreen como a una presidiaria con libertad condicional. Ni I Pad, ni I Phone, ni nada que pudiera parecérsele.
Y sí, es verdad. Me urge contar, recorrer el andamiaje de una araña imaginaria, atípica, que no sabe bien cómo hacerlo. Una araña que recién empieza a tejer, que algunas veces se adueña de otras redes para ir, quizás, a otros lados, a ningún lugar más que el propio.
Últimamente lo hago por las mañanas muy temprano. Durante el resto del día cuido a mi compañero de vida: Francisco. Contrajo la enfermedad del Parkinson. Ahora mismo está hospitalizado. Debido a sus movimientos espásticos se cayó y se rompió la cadera. Espera una prótesis para ser operado. Por desgracia o por falta de eficiencia en los cirujanos traumatólogos. Había perdido muchísimo peso. Sufrió siete dislocaciones después de la primera operación. Todas seguidas y en brevísimo tiempo entre una y otra. Llamaba a las ambulancias. Tiempos de espera que como en todo hospital eran eternas. Coleccionaba dudas y temores.
Falleció un 10 de octubre del año 2015, después de varios paros cardíacos. Tenía setenta y un años. Entre su caída y su fallecimiento transcurrieron ocho meses.
Podría sucederme que escribir este relato se torne en un luto, un divague, una mentira “efímera” más…