Es fácil confundir cultura con erudición. La cultura, en realidad, no depende de la acumulación de conocimientos, incluso en varias materias, sino del orden que estos conocimientos guardan en nuestra memoria y de la presencia de estos conocimientos en nuestro comportamiento. Los conocimientos de un hombre culto pueden no ser muy numerosos, pero son armónicos, coherentes y, sobre todo, están relacionados entre sí. En el erudito, los conocimientos parecen almacenarse en tabiques separados. En el culto, se distribuyen de acuerdo con un orden interior que permite su canje y su fructificación. Sus lecturas, sus experiencias se encuentran en fermentación y engendran continuamente nueva riqueza: es como el hombre que abre una cuenta con interés. El erudito, como el avaro, guarda su patrimonio en una media, en donde solo caben el enmohecimiento y la repetición. En el primer caso, el conocimiento engendra el conocimiento. En el segundo, el conocimiento se añade al conocimiento. Un hombre que conoce al dedillo todo el teatro de Beaumarchais es un erudito, pero culto es aquel que, habiendo leído solamente Las Bodas de Figaro, se da cuenta de la relación que existe entre esta obra y la Revolución francesa, o entre su autor y los intelectuales de nuestra época. Por eso mismo, el componente de una tribu primitiva que posee el mundo en diez nociones básicas es más culto que el especialista en arte sacro bizantino que no sabe freír un par de huevos. Ribeyro, Julio R. (2007). Prosas apátridas. Barcelona: Seix Barral, Tomado del prospecto de examen admisión virtual de PUCP. Al final del texto, el autor muestra un tono de Oa. Advertencial Ob. Cuestionamiento Oc Miedo d. Alarma​

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