“Vemos a ciertos animales feroces, machos y hembras, desperdigados por el campo, negruzcos, lívidos y requemados por el sol, atados a la tierra que hurgan y que remueven con una testarudez invencible; tienen como una voz articulada y, cuando se levantan sobre sus pies, muestran un rostro humano y, en efecto, son hombres. Al caer la noche se retiran a sus cubiles, donde viven de pan negro, de agua y de raíces”.