Cuando iba el otro día en el tren me erguí de pronto feliz sobre mis dos patas y empecé a manotear de alegría y a contemplar el crepúsculo que estaba de lo más de bien. Las mujeres y los niños y unos señores que detuvieron su conversación me miraban sorprendidos y se reían de mi pero cuando me senté silencioso no podía imaginar que yo acababa de ver alejarse lentamente a la orilla del camino una vaca muerta muertita sin quien la enterrara ni quien le editara sus obras completas ni quien le dijera un sentido lloroso por lo buena que había sido y por todo los chorritos de humeante leche con que contribuyó a la vida general y a que el tren en general siguiera su marcha.