8. De a RESPONDA LAS PREGUNTAS 17 A 20 DE ACUERDO CON LA SIGUIENTE INFORMACIÓN La dialéctica erística es el arte de discutir, y de discutir de tal modo que uno siempre lleve razón, es decir, fixs c" ncfixs [justa o injustamente]. Uno puede , pues, tener razón ohjc"ivx en el asunto mismo y, sin embargo carecer de ella a ojos de los presentes, incluso a veces a los propios ojos. Ese es el caso cuando, por ejemplo , obstante haber otras pruebas; en cuyo caso, naturalmente, la situación se invierte para el adversario : sigue llevando el adversario refuta mi prueba y esto se considera una refutación de la propia afirmación, para la cual puede no aprobación de los que discuten y sus oyentes son dos cosas distintas. (De esto último se ocupa la dialéctica.) razón aunque objetivamente no la tenga. Por tanto, la verdad objetiva de una proposición y su validez en la ¿A qué se debe esto? A la natural malvada del género humano. Si no existiera esta, si fuéramos por naturaleza honrados , en todo debate no tendríamos otra finalidad que la de poner de manifiesto la verdad, sin importarnos sente indiferente, o por lo menos mera opinión que hubiéramos expel La Vanidad innata, especialmente susceptible en lo tocante a completamente secundario. Pero ahora es el principio que hemos empezado a exponiendo resulta falso y cierto lo expuesto por el adversario. En este caso, todo lo que uno tendría que hacer sería a la vanida innata se añaden en la matrimonio, para lo cual tendría que pensariian antes de pensar y al observar después en la mayoría de los casos pudo haber sido el único motivo al exponer la tesis supuestamente verdadera, cede que su afirmación es falsa y que no tienen razón, deben xuxrcn"xr que es al revés. El interés por la verdad, que ahora del todo a favor del interés por la vanidad: lo verdadero debe parecer falso y lo falso verdadero . Sin embargo, incluso esa mala fe, el persistir en una tesis que ya nos parece falsa a nosotros mismos, aún tiene una disculpa: muchas veces, al principio estamos firmemente convencidos de la verdad de nuestra afirmación, pero el argumento del adversario parece desbaratarla; si nos damos de inmediato por vencidos frecuentemente descubrimos después que éramos nosotros quienes teníamos razón: el argumento salvado no se nos ocurrió en ese momento. De ahí surge en nosotros la máxima de que aun cuando el contra argumento parezca correcto y convincente, no obstante hay que oponerse a él en la creencia de que esa corrección no sino aparente y que durante la discusión ya se nos ocurrirá un argumento para rebatirlo o para confirmar de algún otro modo nuestra verdad: por ese motivo nos vemos casi forzados, o al menos fácilmente tentados la mala fe en la discusión. De tal manera se amparan mutuamente la debilidad de nuestro entendimiento y torcidos de nuestra voluntad. Tomado de: Schopenhauer, 19. de acuerdo con los dos últimos párrafos del texto el último párrafo presenta, 20.según el último párrafo del texto anterior es acertado afirmar que el autor ​