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En este sentido, la temática más habitual en el arte de Egipto es la representación de los dioses y de los faraones, además de las criaturas sobrenaturales que formaban parte del imaginario de aquella religión, como las esfinges y los animales que a menudo simbolizaban a esas divinidades. En cambio, los elementos del medio ambiente que aparecían (plantas, accidentes geográficos, etc.) no lo hacían para representar un paisaje en sí mismo, sino para dar forma y sentido a la escena mitológica en cuestión. Y todo ello solía disponerse en los lugares más sagrados, como eran los templos y los recintos funerarios, principalmente.

Otra de las características más importantes del arte de Egipto es el uso de algunos cánones que se mantuvieron casi invariables durante los más de tres milenios que duró aquella civilización antigua. Como veremos en los apartados dedicados a la pintura, el relieve y la escultura, se trataba de convenciones a la hora de representar la figura humana y los atributos sobrenaturales ligados a ella, pues la mayoría de las figuras pintadas o labradas se referían a dioses o faraones divinizados.

Los antiguos pintores egipcios obtenían sus pigmentos de la propia naturaleza, en especial de tierras de diferente tonalidad, que disolvían en agua tras mezclarlas con barro. Y los aglutinaban con huevo y cola, entre otras opciones, siendo así unos dignos iniciadores en la técnica del temple. Se aplicaba, por ejemplo, en los sarcófagos, mientras que para la pintura mural se empleaba el fresco, trasladando los pigmentos a la capa de yeso. Otro soporte predilecto en esta disciplina de arte en Egipto eran los papiros, por ejemplo para los Libros de los Muertos.