LECTURA
CRITICA
María
Capítulo LXIV
¡Inolvidable y última noche pasada en el hogar donde corrieron los
años de mi niñez y los días felices de mi juventud
! Como el ave impelida
por el huracán a las pampas abrasadas intenta en vano
sesgar su vuelo
hacia el umbroso bosque nativo, y ajados ya los plumajes
regresa a él
después de la tormenta, y busca inútilmente el nido de sus
amores
revoloteando en torno del árbol destrozado, así
mi alma abatida va
en las horas de mi sueño a vagar en torno del que fue hogar de mis
padres. Frondosos naranjos, gentiles y verdes sauces que conmigo
crecisteis, ¡cómo os habréis envejecido! Rosas y azucenas de María
¿quién las amará si existen? Aromas del lozano huerto, no volveré a
aspiraros; susurradores vientos, rumoroso río... ¡no volveré a oírlos!
La media noche me halló velando en mi cuarto. Todo estaba allí como
yo lo había dejado; solamente las manos de María habían removido
lo indispensable, engalanando la estancia para mi regreso: marchitas
y carcomidas por los insectos permanecían en el florero las últimas
azucenas que ella le puso. Ante esa mesa abrí el paquete de las cartas
que me había devuelto al morir. Aquellas líneas borradas por mis
lágrimas y trazadas cuando tan lejos estaba de creer que serían mis
últimas palabras dirigidas a ella; aquellos pliegues ajados en su seno,
fueron desplegados y leídos uno a uno; y buscando entre las cartas
de María la contestación a cada una de las que yo le había escrito,
compaginé ese diálogo de inmortal amor dictado por la esperanza e
interrumpido por la muerte.
en qué momento hablan de Colombia ​

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