No podía dejar que dudara justo ahora, cuando quedaba tan poco, y le tomó la mano y tiró de él diciendo: "Entremos, entremos. Nos están esperando. Nos esperan." "¿Estás segura de que es aquí? No hay ni un cartel. ¿Cómo se llamaba la productora?* "Es para que no los molesten tanto —dijo Simona rápidamente—. ¿Te imaginas toda la de gente que vendría si supieran que hacen los castings aquí? —Y tiró con fuerza la mano de su padre—. Entremos", insistió casi suplicando. "Sí, entremos, papá, hace mucho calor acá", pidió Pía, menos animada, como implorando resolución. "Bueno —dijo el padre—, ya estamos aquí, qué perdemos". Tocaron el timbre del altavoz y, sin recibir ningún ¿quién es? o ¿qué necesita? del otro lado, se abrió la puerta. La sombra de adentro, después de tantas horas bajo el sol, cegó y desorientó al padre por un momento. Cuando pudo ver mejor, se dio cuenta enseguida de que la casa, en su interior, seguía siendo sospechosa. Era evidente que la estructura original había sido modificada. Donde de seguro comenzaría la sala o el living se interponía una pared, un tabique delgado, para crear más oficinas. Se sintió inquieto en la penumbra de un vestíbulo falso y pequeño que permitía como única dirección una escalera empinada. El piso era de piedra gris, único elemento que parecía haber resistido los cambios. Lo peor era el silencio. Demasiado silencio. No como en un lugar donde trabajaba gente. Se vio junto a sus hijas, acorralado. A medio camino entre la puerta de entrada y la escalera, sin que nadie los recibiera o preguntara qué querían. El padre subió a las niñas a los primeros escalones y se arrodilló frente a ellas. Respiró profundo. Las miró hacia arriba. Ambas le sonreían. Escondió la mirada en el acto. "Pobres, pensó. ¿Por qué el padre pensó eso?