EL PASEO MATINAL Pasaba por ahí todas las mañanas, con las manos nerviosas, ocultas en los bolsillos de su abrigo raldo. La observaba en silencio, hasta olvidaba el hambre por momentos mientras le enviaba imágenes alegres, celos, sufrimientos. Concentrábase en ese aire altanero, en esa distancia suya, en sus ojos perdidos a lo lejos. Nunca pudo desalentarlo su indiferencia, tampoco esa distinción tan lejana a su propia miseria. En ocasiones ella sentía la calidez de su mirada; quizás hasta alguna vez quiso responderle, sonreírle o derramar una lágrima. Pero hay tantas, tantas cosas prohibidas para un maniquí encerrado en su vitrina. Pero él sobrevivió todo ese tiempo gracias a ella. Diego Muñoz Valenzuela