HAITI MISMA DEBERÁ REFUNDARSE
CANTANDO SUS DESGRACIAS PASADAS
Desde mucho antes del 12 de enero Haiti vivia en la des-
gracia: según el BID, el
80% de la población sobrevivia con
menos de un dólar
al día -dólar que prácticamente prove-
nía de ayuda
internacional o de remesas de emigrantes-la
esperanza de vida
era de 51 años; cerca de 30.000 adultos
y
niños
morían al año por sida; a diario morían 80 niños
menores de un año por cada 1.000 nacidos vivos; más de
la mitad
de las mujeres haitianas adultas no sabían leer ni
escribir. De acuerdo con Unicef, tan solo la mitad de los
niños
y niñas recibían educación escolar primaria y apenas
el 2% terminaba el ciclo escolar secundario. Igual, como
Estado, Haiti no había podido salir de la indigencia política y
judicial que la asolaba desde tiempos de François Duvalier.
El terremoto de la semana pasada vino a triturar, de modo
cruel, lo que venía enfermo de muerte desde hace mucho
tiempo atrás.
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Pero, igual de crudo resulta advertir que los propios hai-
tianos, incluso los mejores educados, no parecen creer en
su país y, quien no emigra, suele acogerse al facilismo que
brinda mostrarse ante los demás como seres inválidos que
dependen por completo de la ayuda externa. El remezón
que la naturaleza ha propinado sin piedad al pueblo haitiano
este 12 de enero debe también estrujar, para bien, el espí-
ritu del hombre isleño, para que, por fin, despierte y enton-
ces levante con sus propias manos, ayudado con recursos
foráneos, las bases de lo que debe ser un nuevo Haití con
educación, salud y trabajo para cada haitiano.
Toda crisis -con más razón si es profunda- no solo es
una situación en donde se mueren muchas cosas y cues-
tiones que no tenían probabilidades de sobrevivir ante la
crisis misma, sino también el inicio necesario de una nueva
situación, el forzoso inicio de otro caminar y, con harta fre-
cuencia, el inicio de una nueva y mejor forma de construir
la vida.
Hernán Urbina Joiro-Médico y escritor
20 de enero de 2010- Cartagena de Indias, Colombia