Se sentían bien juntos, unidos en las aventuras, aquellas acciones en las que arriesgaban una reprimenda o algo peor. Silverio trataba de hacer entender a su hermano José que Julián era distinto, que en su casa le había defendido en más de una ocasión, lo cual no era verdad, pero necesitaba argumentos, tenía que creer en el amigo. Su madre callaba, José insistía en que todos los ricos eran iguales y él en el fondo no sabía a qué atenerse, dependía del momento y de cómo se lo planteara. Pero un día esas contradicciones dejaron de tener importancia porque sucedió algo que acabó de unirlos definitivamente. Había ido a buscarle esa mañana a su casa, como en otras ocasiones. Julián le esperaba en la parte trasera, junto a la huerta, donde empezaba propiamente el campo. Allí nacía un sendero que se perdía al fondo por los Canchos, la zona prohibida, el paraje de alta tensión. Nunca se habían atrevido a internarse por ese vericueto que parecía sellado con una invisible malla metálica. En aquel punto comenzaba el territorio de los temidos maquis y a ambos les habían enseñado que penetrarlo significaba peligro de muerte. Aquella mañana, sin embargo, el calor pudo trastornarlos o sencillamente habían llegado al límite del aburrimiento. Estaban sentados en una cerca medio derruida de cara a los Canchos, mirando sin ver, tirando piedrecillas sin objetivo, y de repente Julián dijo, a modo de comentario. “Vámonos a los Canchos”. Silverio le miró intentando descifrar si estaba intentando probar su valor. “¿Qué quieres decir?”. Insistió: “Que nos vayamos a los Canchos”. “Y si nos morimos o nos matan, ¿qué?”, replicó Silverio con indiferencia, sin aparentar miedo alguno, a lo sumo un cosquilleo en la palma de las manos que resultaba incluso agradable. Julián le explicó entonces que durante mucho tiempo él había inspeccionado la zona desde su casa con unos viejos prismáticos de su padre y que jamás había visto signos de gente, salvo una vez que vio pasar a un grupito de guardias civiles. Silverio se percató de que su amigo llevaba trajinándose esa idea desde hacía meses, pero no podía cumplirla en solitario. Julián entraría allí antes o después, era una tentación demasiado próxima aquel terreno seco y yermo, con brote de peñascales, alguna chumbera, matojos, un campo inmóvil, pacífico. No lograba comprender dónde podría estar la trampa mortal a la que se referían los mayores, qué peligrosidad se ocultaba en esos pedregales, qué significaba eso de rlos maquis, si era verdad lo de las minas enterradas, o si es que había alguna otra amenaza monstruosa que no se atrevían a desvelar. También podía ocurrir que toda aquella historia no fuese más que un engaño mondo y lirondo, similar a otras tantas prohibiciones y deberes incomprensibles, como, por ejemplo, tener que arrodillarse en misa cuando el cura comulgaba​

en este texto se cuenta el comienzo de una. aventura protagonizada por dos niños Silverio y Julián
respuesta porfavor
de quién ed la vos q nos cuenta ??
y que tipo de narrador es ???