Pesada, incolora, la tarde caía. Algunas po-
cas cigarras chirriaban todavía, como por sacudi-
das. El sargento Monroy, mozo alto de rostro cen-
ceño y tostado, vino a informar a los dos oficiales
que las disposiciones para su primera etapa noctur-
na estaban tomadas. Sin dejar de aproximarse al
campamento, Bórlagui dijo: inom S
-Dentro de dos días estaré más tranquilo.
Nos habremos alejado de estos lugares donde en-
cuentros poco deseables son posibles, ya que el ene-
migo ha debido lanzar sus patrullas en persecución
nuestra.
-Con un poco de suerte, saldremos de esto,
respondió Contreras.
-¿Suerte? Yo llamo a eso Providencia, sub-
rayó Bórlagui con marcado énfasis.
sberge
Molesto por esta obsesión de lo sobrenatural
en su jefe, Contreras se calló. Era la primera vez