TRUENO
Audiencia privada
An la puerta de entrada tuvo que mostrar de nuevo la
E
tarjeta. Un muchacho de nariz chata y ojos almen-
drados, entre esbirro y ordenanza, tomó el trozo de
cartulina sin dejar de mirar al recién llegado. Después, en lugar
de leerla pareció olerla. En el rostro cetrino, picado de viruelas.
la desconfianza apenas se mitigó.
-¿Te va a atender la señor minitro?
-Creo que sí. Me ha citado para esta hora. Lo dice ahí.
Sin mostrarse aún muy convencido, el ordenanza masculló:
-Humm...! Güeno, entonces. Pasá. Por aquí. Voy a avisar
a la señor minitro.
Lo condujo primero por el ancho corredor, luego por un pasi-
llo. Volvió a sentirse espiado. Dos o tres rostros inmóviles, como
pintados sobre arpillera terrosa. La brasa de un cigarro. Siseos
sofocados de repente. Detrás de una puerta, una voz bronca e
imperativa, desagradable, hablaba por teléfono. A medida que
se acercaban, la
fue oyendo con más claridad.
Desembocaron en una habitación amplia y atiborrada. El
ordenanza lo hizo pasar
con gesto poco amistoso.
-Esperá ahí. Podé sentarte si queré -gruñó por encima del
hombro
, al irse.
Las celosías se hallaban cerradas. La luz declinante del
atardecer se filtraba a través de las
tablillas y veteaba la fresca
penumbra con franjas leonadas que
parecían oscilar en los rinco-
nes. En
un redondel luminoso, clavado en
el techo, se perfilaba la

Respuesta :

Otras preguntas