El mundo estaba triste desde el martes. El cielo y el mar eran una misma cosa de ceniza, y las arenas de la playa, que en marzo fulguraron como polvo de lumbre, se habían convertido en un caldo de lodo y mariscos podridos. La luz había sido tan mansa al mediodía, que cuando Pelayo regresaba a la casa después de haber tirado los cangrejos, le costó trabajo ver qué era lo que se movía y se quejaba en el fondo del patio. Tenía que acercarse mucho para descubrir que era un hombre viejo, que estuvo tumbado boca abajo en el lodazal, y a pesar de sus grandes esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus enormes alas. Asustado por aquella pesadilla, Pelayo corría en busca de Elisenda, su mujer, que estaba poniéndole compresas al niño enfermo, y la llevó hasta el fondo del patio. Ambos observaron el cuerpo caído con un callado estupor. Había estado vestido como un trapero. Le quedaban apenas unas hilachas descoloridas en el cráneo pelado y muy pocos dientes en la boca, y su lastimosa condición de bisabuelo ensopado lo había desprovisto de toda grandeza. ¿Qué verbos cambiamos y por qué? Fuente: Gabriel García Márquez, "Un hombre muy viejo con unas alas enormes", 1968 TERPRETACIÓN Y PRODUCCIÓN DE TEXTOS: LENGUA Y LITERA​

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