Metíme en mi cuarto y me senté en la cama con la cabeza inclinada. Nunca ha- bía llegado tarde a mi casa. Oí un manso ruido: levanté los ojos. Era mi herma- nita. Se acercó a mí tímidamente. -Oye -me dijo tirándome del brazo y sin mirar- me de frente-anda a comer... Su gesto me alentó un poco. Era mi bue- na confidenta, mi abnegada compañerita, la que se ocupaba de mí con tanto interés como de ella misma. -¿Ya comieron todos?, le interrogué. -Hace mucho tiempo. ¡Si ya vamos a acostarnos! Ya van