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Primero, algunas necesarias obviedades. Nuestra América nace del obvio enfrentamiento entre el primitivismo vernáculo y la cultura globalizante –ya en el comienzo del siglo XVI- de origen europeo. La desaparición de las primitivas nociones culturales americanas fueron la consecuencia lógica y esperable del choque con un cultura mucho más desarrollada, más fuerte económica y militarmente hablando, pero también más desarrollada en cuanto a la construcción de una imago mundi de índole no sólo más compleja, sino también más adecuada para brindar respuestas a los interrogantes del hombre respecto de sí mismo y de su situación en el universo, de sus relaciones con los demás y, en definitiva, mucho más capaz, por las mismas antedichas razones, de brindar una explicación convincente –al menos, para el hombre de la época, americano o europeo- respecto de la angustiosa falta de sentido del universo en relación al hombre.

Cuando no existe una explicación del sentido general de la realidad que resulte convincente, al menos, para las mayorías crédulas (como comienza a suceder en nuestra época), una cultura ingresa en su necesaria crisis y, si ello se prolonga demasiado, explota e implota al mismo tiempo, generando un cambio impredecible.

Nuestra América, hasta la llegada de sus conquistadores europeos, era una suerte de islote cultural, a la deriva entre las sencillísimas creencias chamánicas de origen siberiano trasplantadas por los pueblos invasores provenientes del norte y el noreste de Asia a tierras americanas entre 50 mil y 30 mil años antes, que habían permanecido todo ese enorme período sin cambios significativos, y las elaboraciones más complejas que habían hecho las tres teocracias ciudadanas establecidas: mayas, aztecas e incas. Estas teocracias tenían puntos de coincidencia, en cuanto a sus características, que resulta muy fácil determinar. En primer lugar, debían su preeminencia a su dominio absoluto del territorio propio y del conquistado en desmedro de los pueblos nómades o seminómades que los rodeaban ((chamanistas), a los que habían sometido sin dificultad, gracias a una tecnología y a una organización bélicas muy superiores. En segundo lugar, económicamente, se basaban en unos medios de producción agrícola aún primitivos pero suficientes para alimentar su crecimiento demográfico hasta una etapa media de su desarrollo, situación que se complicó al producirse una explosión demográfica a consecuencia del mismo progreso de esas sociedades; el hecho de que en la etapa final, imperialista, de esas sociedades, se sumara como medio de manutención del estado teocrático los tributos en especie impuestos a los pueblos conquistados no alcanzaría a equilibrar la demanda de insumos básicos de esas sociedades, proceso que se evidenció en la teocracia maya (desaparecida por colapso antes de la llegada de los españoles a América) y que aguardaba a las teocracias azteca e inca de no mediar el fenómeno de su destrucción a manos de los invasores europeos.

Un viejo inconveniente del desarrollo de los imperios socioeconómicos, culturales y militares es la imposibilidad de brindar manutención a su población original, a la que suma las poblaciones enteras de los pueblos por él conquistados, aunque acreciente sus ingresos de insumos gracias a la anexión de bienes y medios de producción tomados de esto último.

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me tarde un chorro dame coronita plis