Respuesta :

Se ha llegado a plantear que la música latinoamericana se nutre de tres raíces fundamentales: la indígena, la europea y la africana, incluso, que en un proceso de “encuentro” entre culturas, el cancionero hispánico se nutrió de la riqueza rítmica africana y se tiñó de los trazos melódicos propios de las culturas originariasii. Pero la situación de “encuentro” que condensa la música latinoamericana está envuelta de tensiones irresueltas cuya definición, pertenencia y “autenticidad” continúan siendo un terreno fértil para la disputa simbólica por el poder. De este modo, podemos decir que el discurso musical pertenece tanto a los gestos de resistencia y procesos de negociación, como a mecanismos de control social y formas de construir hegemonía.

Sorteando las disquisiciones sobre los orígenes de sus rasgos musicales, nos interesa reflexionar sobre cuáles fueron las condiciones históricas que afianzaron la conformación discursiva de una música latinoamericana. Casi sin esfuerzo, surge la idea de que el clima de época que se tradujo en el movimiento artístico de la década de 1960, fue quizás el proceso social más intenso en la vinculación entre música y política desde una clara perspectiva latinoamericanista.

En sus inicios la industria cultural llegó a dar circulación a un repertorio de diversos géneros que en su mayoría representaban las músicas nacionales de los países. En las décadas de 1930 y 1940 en las radios locales convergieron sonoridades vecinas que daban la presencia de un “otro”, entre distante y próximo, a través de las tecnologías disponibles. Luego de la Segunda Guerra Mundial, la cultura norteamericana desplazó a las músicas regionales en circulación, empujando a lo latinoamericano en su reconocimiento sonoro al encuentro de otro espacio de crecimiento muy distinto vinculado con los proyectos políticos emancipatorios.

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