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Como todas las ciencias, la psicología muchas veces se mueve por modas. Y muchas de esas modas no es que sean incorrectas, sino que hacen que se pierda foco en determinadas cosas. Por ejemplo, si un determinado tipo de modelo se pone de moda, la mayoría de investigaciones irán por ahí, dejando de lado otras vías hasta que vuelvan a estar de moda.

¿Qué quiero decir con esto? Que a veces perdemos un poco el norte y nos olvidamos de conceptos por “antiguos” o por no estar en medio de la moda. Por ejemplo, ya casi nadie habla de conductismo en su vertiente más “pura” (sin enlazar con la psicología cognitiva) salvo que esté en medio de una clase de “Historia de la Psicología”. Y lo curioso es que muchos de sus postulados siguen siendo válidos, incluyendo el condicionamiento clásico.

El condicionamiento clásico nos dice que, por asociación, podemos emparejar estímulos no necesariamente relacionados. El mítico perro de Pavlov, que salivaba cuando oía la campana previa a darle de comer, es un ejemplo de libro. Salivar es una respuesta natural ante la comida, pero la asociación que se producía con la campana hacía que ésta pasara a generar el mismo efecto en el perro.

Una de las formas más curiosas de condicionamiento clásico (y también una maravilla a nivel evolutivo) es el condicionamiento por aversión al sabor. ¿Te ha pasado alguna vez que un alimento te ha sentado mal y sólo con pensar en él te revuelves? Aquí tienes la explicación: cuando ingieres un alimento con un sabor muy distintivo, si éste te hace enfermar (gastritis, náuseas, vómitos…), incluso horas después de haberlo tomado, se produce un aprendizaje aversivo gustativo. A diferencia de otros tipos de condicionamiento, ¡se puede producir con una sola ingesta!

Decía que a nivel evolutivo es una maravilla, porque permite a un animal (se da en muchos más animales, de hecho se ha investigado muchísimo en ratas), aún sin “razonar”, evitar comidas que sean perjudiciales: ya sean venenosas, estén podridas o no puedan digerirse. El animal ya no se acercará ni siquiera a ese alimento, que le generará rechazo.

Por otra parte, su efecto es tan potente que a veces puede ser negativo. Por ejemplo, en un paciente que esté recibiendo quimioterapia, el malestar del tratamiento puede emparejarse con la comida, generándole aversión a alimentos que le son necesarios. O sin irse a extremos, puede pasar que alguien que tiene una simple gripe experimente aversión a algún alimento que haya comido mientras la está padeciendo.

Curioso, ¿no? Creo que reflexionar sobre este tipo de conceptos nos viene bien muchas veces a los psicólogos para no perdernos con la novedad y centrarnos en el cada vez más amplio corpus teórico de nuestra disciplina.

En el condicionamiento clásico, las aversiones a los alimentos condicionados son ejemplos de aprendizaje. Requiere solo un emparejamiento del estímulo previamente neutral y el estímulo no condicionado para establecer una respuesta automática.

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