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Respuesta :

El texto correspondiente a este domingo vuelve a situarnos en el camino.

La primera parte (vv.17-22) está dominada por la presencia de una persona que se acerca a Jesús y le pregunta qué debe hacer “para heredar la vida eterna” (v.17). Recién al final de esta escena, en el último versículo, nos enteramos que se trata de una persona que “tenía muchas posesiones“. El diálogo con éste termina orientando la conversación, con sus discípulos (vs. 23-31) sobre las posesiones y el seguimiento.

Uno que tenía demasiado

Como sucedió anteriormente, a la salida de Jesús de la casa se le aproxima gente. Esta vez, no es una multitud sino sólo un individuo, no es la mala intención de los fariseos sino la pregunta urgente y angustiada de uno que busca la vida eterna. La forma en cómo se aproxima muestra la urgencia por plantearle la pregunta a Jesús (vino corriendo), su respeto (“se arrodilló”) y su reconocimiento (lo llama “maestro bueno”). La pregunta es directa y concreta “¿Qué haré para heredar la vida eterna?“

La primera respuesta de Jesús lo orienta hacia lo básico de la identidad judeocristiana, el decálogo. Es de notar sin embargo, que Jesús desliza un mandamiento “no defraudes” que no aparece entre los diez mandamientos. Éste debe entenderse en relación con Eclesiástico 4:1 y Deuteronomio 24:14 que ordenan no apropiarse del jornal de los trabajadores pobres; ver también Santiago 5:4.

Esta persona responde a Jesús que esto ya lo ha realizado desde su juventud. Entonces Jesús da una segunda respuesta. El evangelista, antes de pasar a las palabras de Jesús, indica que la invitación nace desde el afecto, desde el amor. Jesús lo desafía no a un acto externo, que es lo que la ley puede obligar o juzgar, sino a una decisión profunda, personal, que lo involucre totalmente. Cinco verbos en imperativo (anda, vende, dalo, ven y sígueme) son la respuesta concreta y específica que Dios tiene para la vida de esta persona.

Como Leví, en Mc 2.13-14, este personaje ha recibido la invitación a seguir a Jesús. A diferencia de aquel éste se va desahuciado con la respuesta recibida. Contrasta poderosamente su actitud inicial de acercamiento, urgido en busca de una respuesta a su pregunta angustiante, y la tristeza con la que se retira. El narrador no quiere dejarnos con dudas sobre los motivos de su rechazo; es “porque tenía muchas posesiones“.

El poder que las posesiones tienen sobre esta persona es patente; lejos de ser instrumentos que posibilitan, se trata de cadenas que atan. Ellas gobiernan su vida. Se han adueñado de su ser, de sus decisiones. Ha quedado esclavizado por ellas, lo alejan definitivamente de la vida plena y del proyecto de Jesús.

El diálogo siguiente de Jesús con los discípulos nos ayuda a entender que no se trata sólo de una exigencia particular y específica para esta persona, sino que es una invitación que Jesús extiende a todos y todas.1