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1. Dejar de dar bandazos. Optan por un pacto educativo que otorgue estabilidad al sistema y a la normatividad. Han tenido lugar ocho leyes distintas desde la restauración de la democracia.

2. Mayor autonomía. Hay que dar más libertad a los centros educativos y a los maestros en el diseño de los currículos.

3. Prestigiar la evaluación. Las individuales y las colectivas. Sin evaluación, la escuela se convierte en un parque de diversiones. Mediante ella hay que constatar la eficacia de los métodos.

4. Bajar las ratios. Disminuir el número de alumnos por aula. Y como alternativa poner dos profesores en los grupos grandes. Los reducidos son los únicos que permiten la educación personalizada y atender las dificultades del aprendizaje.

5. Mejorar la formación del profesorado. La calidad de la educación sólo va a mejorar si lo hace la formación de los docentes y el rigor en su selección. Hay que impartir educación continua de calidad.

6. Renovar la docencia. Hay que actualizar las prácticas docentes. Desterrar las clases magistrales poco motivantes y que no están conectadas con la realidad. La carga burocrática quita tiempo y energía a los docentes, para preparar sus clases.

7. Asistentes sociales. La educación gratuita es clave para reducir las desigualdades. Esto, con todo, no resuelve las desventajas de los alumnos que provienen de familias pobres. A estos alumnos hay que dar apoyos extra.

8. Diagnosticar las dificultades. Se detectan tarde los problemas de discapacidad, autoestima y salud mental. Por incapacidad del sistema, los niños piensan que son tontos o vagos.

9. Repensar el espacio. Se plantean cambios en el diseñado de las instalaciones y los patios de recreo. Hay que rediseñar las aulas con distintos ambientes, para las diversas actividades.

10. Más fondos. Los profesores no hablan de elevar sus salarios, pero sí de recursos destinados a la inversión sobre todo de la red pública.

También podría ser está respuesta

Hoy en día, la mayoría de los Estados se definen como pluriculturales y reconocen distintas expresiones de diversidad. Por lo tanto, es necesario diseñar mecanismos y arreglos políticos que posibiliten el entendimiento mutuo entre culturas y la gestión de esta diversidad. El término interculturalidad se ha vuelto cada vez más común en los últimos años para definir estos procesos, en particular en los marcos de la política y la educación. Sin embargo, si este uso recurrente de la palabra hace que nos parezca familiar, su interpretación puede variar considerablemente.

Para la UNESCO, la interculturalidad «se refiere a la presencia e interacción equitativa de diversas culturas y a la posibilidad de generar expresiones culturales compartidas, a través del diálogo y del respeto mutuo». Lo que es clave aquí es la voluntad de encontrar soluciones a conflictos desde el intercambio igualitario, y su herramienta principal para lograrlo es el diálogo intercultural.

El diálogo intercultural es un proceso basado en el intercambio abierto y respetuoso entre individuos, grupos y organizaciones con diferentes antecedentes culturales o visiones del mundo. Uno de sus objetivos es desarrollar una comprensión más profunda de diversas perspectivas y prácticas para, así, aumentar la participación, libertad y capacidad de tomar decisiones, fomentar la igualdad y mejorar los procesos creativos.

Asimismo, la interculturalidad es entendida como un proyecto político, social, epistémico y ético que va dirigido a la transformación estructural y sociohistórica

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