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Macbeth (título completo en inglés, The Tragedy of Macbeth, La tragedia de Macbeth) es una tragedia de William Shakespeare, que se cree que fue representada por primera vez en 1606.[1] Dramatiza los dañinos efectos, físicos y psicológicos, de la ambición política en aquellos que buscan el poder por sí mismo. De todas las obras que Shakespeare escribió durante el reinado de Jacobo I, quien era patrón de la compañía teatral de Shakespeare, Macbeth es la que más claramente reflexiona sobre la relación del dramaturgo con su soberano.[2] Se publicó por primera vez en el Folio de 1623, posiblemente a partir de un prompt book,[3] y es su tragedia más breve.[4]

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Análisis

Destino, profecía y ambigüedad

La ambigüedad, junto al equívoco que de ella puede desprenderse, constituye uno de los temas más importantes de la obra. A partir de las primeras palabras de las brujas, que abren la obra, el público determina rápidamente que las cosas no son lo que parecen.

La ambigüedad que se pone en el centro de la escena en esta obra no solo es aquella que puede desprenderse de los múltiples sentidos que el lenguaje puede, por su propia naturaleza, provocar. En Macbeth es central el uso de expresiones con doble sentido con el expreso objetivo de confundir o engañar. En este sentido, podríamos decir que el uso de este tipo de ambigüedad es similar al acto de mentir.

La ambigüedad intencional es evidente en las profecías de las tres brujas. Su discurso es confuso y está lleno de paradojas, comenzando por su primera afirmación de que "el mal es bien, y el bien es mal" (I, i, 33). Las profecías de las brujas son intencionalmente ambiguas. Para muchos lectores, se requiere de hecho más de una lectura para comprender el significado de sus afirmaciones. No es sorprendente, por lo tanto, que estas "hablantes imperfectas" puedan encantar y confundir fácilmente a Macbeth a lo largo de la obra.

Así como son confusas sus palabras, no queda claro si las brujas simplemente predicen o realmente afectan el futuro. Banquo teme, por ejemplo, que las palabras de las brujas hagan a Macbeth "ambicionar el solio" (I, ii, 38). Sus temores parecen estar bien fundados: tan pronto como las brujas mencionan la corona, los pensamientos de Macbeth se vuelven asesinos. El poder de las brujas es, por lo tanto, el de la profecía, pero la profecía a través de la sugestión. Para Macbeth, las brujas pueden ser interpretadas como el último empujón que lo lleva a su predestinado final. La profecía es, en este sentido, autocumplida.

De hecho, en la versión original de la obra, las brujas (the Weird Sisters en inglés) están conectadas etimológicamente con las Moiras de la mitología griega. La palabra "weird" (en español, "extraño/a") se deriva de la antigua palabra inglesa "wyrd", que significa "destino". Y no todo destino es autocumplido. En el caso de Banquo, en contraste con el de Macbeth, las brujas solo parecen predecir el futuro. Porque, a diferencia de lo que sucede con Macbeth, aunque Banquo no actúa según la predicción de las brujas, que aseguran que él engendrará reyes, la profecía se hace realidad. El papel de las brujas en la historia es, por lo tanto, difícil de determinar. ¿Son agentes del destino o una fuerza motivadora? ¿Y por qué desaparecen repentinamente de la obra en el tercer acto?

La ambigüedad de las brujas refleja un tema más amplio asociado a la duplicación, los espejos y la división entre los mundos internos y externos que impregna la obra en su conjunto. A lo largo de la misma, los personajes, las escenas y las ideas se duplican. Por ejemplo, mientras Duncan reflexiona sobre la traición del señor de Cawdor al comienzo de la obra, entra Macbeth en escena. Estas son sus palabras inmediatamente anteriores a la entrada del protagonista: "¿Quién adivina el alma por el semblante? ¿Quién me hubiera dicho que ese caballero no era el más fiel de todos los míos?" (I, iv, 39). La ironía dramática de la confianza de Duncan solo será descubierta más adelante en la obra.

Como en todas las obras de Shakespeare, el reflejo entre personajes sirve para destacar sus diferencias. Así, Macbeth, el rey joven, valiente, cruel y traidor, tiene su contracara en Duncan, el rey viejo, venerable, pacífico y confiable. Lady Macbeth, que rechaza su feminidad y afirma que no tendría reparos en matar a sus propios hijos si tuviera que hacerlo, se duplica en Lady Macduff, modelo de buena madre y esposa. El rechazo de Banquo de actuar según la profecía de las brujas se refleja en el impulso de Macbeth para hacer realidad todo lo que las brujas prevén.

Del mismo modo, gran parte de la obra tiene que ver también con el contraste entre mundos internos y externos. Comenzando por las equívocas profecías de las brujas, las apariencias rara vez se alinean con la realidad. Lady Macbeth, por ejemplo, le sugiere a su esposo: "oculte tu semblante lo que tu alma medita" (I, v, 42). Macbeth parece ser un señor leal, pero planea secretamente el regicidio. Lady Macbeth parece ser una mujer gentil, pero se compromete a despojarse de su sexo y jura cometer actos sangrientos. Macbeth también es una obra de teatro sobre el mundo interno de la psicología humana, como se ilustrará en actos posteriores, a través de pesadillas y alucinaciones llenas de culpa. Tal contraste entre "ser" y "parecer" constituye otro ejemplo de ambigüedad.