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Un día de tantos, jugando en la quinta de la casa donde vivía la familia, di con un pequeño sapo que, en vez de escapar como sus compañeros más corpulentos, se hinchó increíblemente bajo mis pedradas.

Horrorizábanme los sapos y me hacía feliz apedrear cuántos podía. Así es que el pequeño y terco reptil no tardó en derrumbarse a los golpes de mis piedras. Como todos los niños criados en la vida semicampestre de nuestras ciudades de provincia, yo era un sabio en lagartos y sapos. Además, la casa estaba....