Una cebra y su hijo fueron a tomar un trago de agua después de un viaje. Un babuino estaba sentado al lado del pozo de agua junto a una fogata. En aquellos días, las cebras no tenían sus rayas. Llevaban abrigos de piel blanca. Al ver las cebras, el babuino gritó: "Vete, esta es mi piscina y el agua es mía". Las cebras sedientas levantaron la vista y vieron al babuino enojado. El hijo gritó de vuelta. El babuino enfurecido los desafió con furia, "Entonces debes luchar por el agua, si quieres beber" y atacó a la joven cebra. En un momento, se produjo una lucha. Estaban encerrados en combate. Pelearon hasta que finalmente, la cebra pateó al babuino con tal fuerza que aterrizó entre las rocas del acantilado detrás del abrevadero. El babuino aterrizó de nalgas y de un solo golpe perdió los pelos en la retaguardia. Hasta el día de hoy, el babuino ha tenido un parche desnudo en el trasero donde aterrizó. El babuino sigue viviendo en lo alto de las rocas cuidando su parche calvo. Pasa sus días desafiando a los intrusos y gritando a todos los extraños. Y cuando camina, todavía mantiene su cola en alto debido al dolor de su trasero desnudo cuando se enfrentó con la cebra. La cebra aterrorizada estaba cansada y magullada después de patear al babuino con tanta fuerza. Sin mirar a dónde iba, la cebra tropezó con la fogata que envió cenizas ardientes al aire. Algunas de las cenizas cayeron sobre la bata blanca de la cebra. Eso la dejó con marcas negras en su pelaje blanco. Y así es como las cebras consiguieron sus rayas. Las heridas y la conmoción enviaron a la cebra galopando y huyendo de regreso a la sabana donde ha vivido desde entonces. Finalmente a la cebra le terminaron gustando sus rayas negras, ya que le daban una mirada distinguida

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