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Pocas presentaciones en sociedad —de lo más regia, por cierto— habrán tenido la mala fortuna del Quijote en la Alemania de 1613, con motivo de las nupcias de Federico V en Heidelberg. Conocido como el «rey de un invierno», a causa de su corto mandato, el monarca ni siquiera alcanzó a sospechar que aquellas justas poéticas en su honor sobre las aventuras del hidalgo, adaptadas por Martin Opitz, se convertirían en el bautismo de una «estación novelesca» mucho más longeva e influyente. Hasta el punto de que hoy las consideramos el primer aliento de la recepción de la obra cervantina en tierras germanas. En un año, por otro lado, que resultó de veras fecundo para nuestras letras, pues vieron la luz tanto las Ejemplares como la primera Soledad de Góngora. Paradojas de la ficción.

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