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“La historia ha demostrado que la ciencia y la tecnología evolucionan en forma independiente de planes y programas prestablecidos”.

- Shahen Hacyan

La ciencia como herramienta y la tecnología como resultado de su uso siempre pueden sobrepasar los límites de lo que nosotros como especie consideramos ético; evidencia no hace falta para comprobar que a lo largo de nuestra corta existencia hemos excedido múltiples "principios" con tal de cumplir un objetivo específico. El mundo aún tiene en mente los sucesos de Hiroshima de 1945, y esa es prueba suficiente de lo que la ciencia y tecnología puede hacer si no se regula adecuadamente. Como este, hay muchos más ejemplos. Apenas a finales del siglo pasado se moderó y prohibió el uso de algunos aerosoles porque producían efectos negativos en la capa de ozono, y no fue precisamente porque así haya sido intencionado. Con errores de tal magnitud, los efectos se vuelven directamente proporcionales al daño concretado, debido también al poco conocimiento del área y su relación con las demás cadenas de eventos. Si en cualquiera de los casos habrá puntos ciegos y cuestiones que intencionalmente preferimos ignorar, la mejor manera de prevenir el fallo es supervisar el desarrollo.

Podríamos establecer ciertos criterios éticos para actuar con mayor responsabilidad sin obstruir nuestro constante avance en el proceso; pero entonces la pregunta recae en ¿quién establece dichas normas y cómo podemos estar seguros de su fiabilidad o infalibilidad con los cambiantes modelos éticos, culturales y tecnológicos de la sociedad en todos sus sentidos? Sabiendo que parte de lo que significa ser humano es la adaptación, la única forma de saberlo es, irónicamente, poniendo en práctica su instauración aún con las posibles consecuencias que esto podría llegar a traer. Pero poco sabemos ahora, y nada si no intentamos aprender.