2. La mano es lo que une nuestra mente con el mundo. Los seres humanos utilizamos las manos para hacer fogatas, dirigir aviones, escribir, cavar, extraer tumores, sacar un conejo de un sombrero. La creatividad ilimitada del cerebro humano quizá sea lo que hace excepcional a nuestra especie, pero sin las manos todas las grandes ideas que concebimos no llegarían a nada. La razón por la cual podemos utilizar nuestras manos para tantas cosas es su extraordinaria anatomía. Bajo la piel, las manos están constituidas por una minuciosa integración de tejidos: tan solo el pulgar es controlado por nueve músculos independientes; la muñeca es un conjunto flotante de huesos y ligamentos que se enhebran con nervios y vasos sanguíneos; y los nervios se ramifican hacia las yemas de los dedos. La mano puede aplicar fuerzas enormes o hacer gala de gran delicadeza; un relojero puede utilizar sus manos para colocar resortes bajo un microscopio; un jugador de béisbol utiliza la misma anatomía para alcanzar una pelota a 160 kilómetros por hora. A Charles Darwin le llamó la atención que la mano del hombre, hecha para sujetar correspondiese al mismo diseño que la del topo, hecha para escavar, o que la pata del caballo, hecha para trotar, o las alas de la mariposa o del murciélago, hechas para volar. Supuse que somos primos de los murciégalos, de los topos y de los animales que tienen manos -o extremidades equivalentes- y que todos las hemos heredado de un ancestro común. Actualmente, muchos investigadores han estudiado los genes de las manos de diversas especies y han refrendado el argumento de Darwin: nuestras manos empezaron a evolucionar a partir de las aletas de los peces hace por lo menos 380 millones de años.
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