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El islam, y muy especialmente el espaciomundo árabe, se debate en el sucesivo fracaso de una búsqueda de la modernidad. Tras ensayar sin éxito una y varias fórmulas tomadas de Occidente para lograr una homologación sin pérdida de autenticidad, el autor afirma que el recurso al neointegrismo shií es el último avatar de ese largo camino. La corriente renovadora que un día se fijó en el regeneracionismo de Ataturk vive posiblemente hoy un fin-de-siglo y en su lucha por sobrevivir soporta a duras penas el embate de ese buceo en la memoria que encarna el régimen de Teherán. Esa nueva y radical interrogación del Corán es algo más que una sangrienta operación nostalgia.

El islam no es simplemente una fe religiosa; según la tradición, es una forma de vida que engloba lo político como una de sus expresiones. La autonomía del hecho político con respecto al dominio de la religión, que Maquiavelo codificó para Occidente en El príncipe a comienzos del siglo XVI, es todavía el gran motivo en torno al cual gira el discurso intelectual del mundo árabe en el siglo XX.El islam, que dominó una gran parte del planeta hasta la consolidación de los reinos cristianos en el Renacimiento y lo que Occidente conoce como el despunte de la Edad Moderna, aún vivió una prolongación de varios siglos por vía del imperio otomano, conquistador y deudor de lo árabe, pero turco-osmanlí de nación. Con su enfermedad terminal a lo largo del siglo XIX, Estambul dejó de contar como un factor de poder en el mundo. Y en su estela, los movimientos de modernización, inspirados en Occidente, mordieron en todo ese arco de naciones que se extiende desde el Atlántico marroquí a la frontera asiática con el antiguo imperio sasánida.

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