Respuesta :

Respuesta:

La forma misma de nuestras organizaciones políticas, basadas en la “nación”, su configuración política en el Estado, su territorio y la solidaridad que une a sus habitantes, podría verse arrasada por la fuerza de los flujos globales que la asedian.

Pero esta globalización que criticamos, que desdibujaría fronteras e identidades, que arruinaría la solidaridad y el arraigo locales al permitir la circulación de bienes, personas, capital e ideas en todas direcciones, ¿es una realidad tan reciente?

Un relato de los orígenes

Esta imagen del presente, que hace de la “globalización” su gran acontecimiento, siempre se basa en un relato de los orígenes bastante convergente en líneas generales.

Casi siempre se señalan como punto de inflexión los años 1980-1990 por la desaparición del bloque soviético, el fuerte auge industrial y tecnológico de Japón, el inicio de la reintegración de China en la economía internacional y el desarrollo de las redes digitales; pero también por el triunfo del libre comercio y la supuesta desregulación “neoliberal”, que habrían producido el salto hacia la globalización.

Esta última supondría la entrada en un nuevo mundo unificado por el mercado, la circulación de productos, personas e información que erosionan las fronteras y las diferencias, así como la realineación a escala mundial de afiliaciones e inversiones políticas.