Los primeros días yo salía un poco más temprano para no correr el peligro de encontrar al Portugués para- do con su coche, comprando cigarrillos. Además tenía buen cuidado de caminar por la orilla de la calle, del la- do contrario, casi cubierto por la sombra de las cercas de plantas que unían el frente de cada casa. Y apenas llega- ba a la Río-San Pablo cortaba camino y seguía con las zapatillas de tenis en la mano, casi pegándome al gran muro de la Fábrica. Todo ese cuidado con el pasar de los días fue tornándose inútil. La memoria de la calle es cor- ta y a poco nadie se acordaba de una más de las travesu- ras del chico de don Pablo. Porque así era como me co- nocían en los momentos de acusación: "Fue el chico de don Pablo"... "Fue ese condenado chico de don Pablo"... Fue ese chico de don Pablo"... Una vez hasta​