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define lo moderno como perteneciente a nuestro tiempo, relativo al momento de quien habla; ésta tiene la virtud de no estar cargada de sentido positivo, puesto que el tiempo de quien habla puede ser peor o mejor que el anterior, aunque tiene la carencia de que no sabemos mucho cuál es ese tiempo, cómo es, qué lo singulariza de otros tiempos. Para calificar qué es ser moderno deberíamos, entonces, interpretar cuál es nuestro tiempo, o el tiempo de quien habla, el de ustedes. ¿Pero vivimos en el mismo tiempo todos nosotros? ¿Los mexicanos viven en el mismo tiempo que mis compatriotas uruguayos del sur? ¿Los latinoamericanos vivimos todos en un mismo tiempo que podríamos describir y explicar? ¿Y nuestro tiempo es el mismo que el de los millones de sirios que en este momento están refugiados en el Líbano subsistiendo de manera tan precaria? Depende, depende del nivel de análisis en que nos ubiquemos.

Describir y explicar nuestro tiempo es exactamente lo que intentó hacer Marshall Berman en su libro Todo lo sólido se disuelve en al aire: la experiencia de la modernidad, escrito originalmente en 1982. Ser moderno, afirma, es reconocernos viviendo en un tiempo de aventura y poder, crecimiento y modificación del mundo material, transformación personal y alegría; todo esto al mismo tiempo de que somos concientes de la amenaza de destrucción del planeta, de aniquilación de nosotros mismos y de negación de lo que creemos que sabemos. Ser moderno es percibir que “todo está impregnado de su contrario”, y “que todo lo que es sólido se disuelve en el aire”.