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La economía del Imperio Bizantino, que abarcó desde el siglo IV hasta el siglo XV, fue una combinación de factores agrícolas, comerciales e industriales. La agricultura desempeñó un papel fundamental, ya que gran parte de la población estaba involucrada en actividades agrícolas. Los terratenientes poseían grandes extensiones de tierra y utilizaban sistemas de arrendamiento y trabajo forzado. Además, el comercio fue vital para el imperio, especialmente a través de la ubicación estratégica de Constantinopla, que se convirtió en un importante centro comercial y de tránsito entre Europa y Asia. El imperio también fomentó la industria, incluyendo la producción de seda, cerámica y metalurgia. A través de estas actividades económicas, el Imperio Bizantino logró mantener una economía relativamente próspera y estable durante gran parte de su existencia.

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