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Tomas Tarambana, después de muchos años de viajar y tocar su tambor por todo el mundo, regresó a su pueblo natal. Allí, en lugar de encontrarse con el mismo desdén y burlas de antes, fue recibido con aplausos y admiración. Resultó que su música había inspirado a muchos, y su pasión por el tambor se había convertido en un símbolo de perseverancia y creatividad. Ahora, en lugar de ser el bufón del pueblo, Tomas era visto como un héroe local, y su tambor resonaba con orgullo en cada callejón.