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La situación de los trabajadores de las caucheras a principios del siglo XX, como se describe en el pasaje de "La vorágine" de José Eustasio Rivera, era extremadamente difícil y explotadora. Estos trabajadores, en su mayoría indígenas y enganchados (personas contratadas por un período determinado), estaban atrapados en un sistema de servidumbre que se asemejaba a la esclavitud.
En primer lugar, se señala que estos trabajadores no podían cambiar de dueño antes de dos años, lo que limitaba su movilidad y su capacidad para buscar mejores condiciones laborales. Estaban obligados a permanecer bajo el control de los caucheros durante este período, lo que les dejaba en una situación de vulnerabilidad y dependencia.
Además, se describe cómo los trabajadores eran explotados económicamente. Se les proporcionaban adelantos de baratijas, herramientas y alimentos, que luego eran debitados en una cuenta que llevaban los caucheros. A esto se sumaba el pago irrisorio por el caucho que entregaban, fijado unilateralmente por los empresarios, lo que aseguraba que los trabajadores siempre estuvieran en deuda con sus empleadores.
Esta situación de explotación y abuso no solo afectaba la vida de los trabajadores, sino que también tenía consecuencias devastadoras para sus familias, ya que este sistema de servidumbre era transmisible a través de las generaciones, perpetuando el ciclo de pobreza y sufrimiento.
En resumen, la situación de los trabajadores de las caucheras a principios del siglo XX era una forma de esclavitud moderna, caracterizada por la falta de libertad, la explotación económica y la opresión sistemática por parte de los caucheros y empresarios
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