Respuesta :

En un pequeño pueblo rodeado por densos bosques, vivía una familia de cuatro: los Smith. Eran conocidos por ser amables y hospitalarios, pero tenían un secreto oscuro que mantenían oculto en su sótano.

Una noche, durante una tormenta intensa, un grupo de jóvenes curiosos decidió explorar la vieja casa de los Smith. Entre risas nerviosas y con linternas en mano, se aventuraron a entrar en la oscuridad de la casa abandonada. A medida que exploraban, descubrieron una puerta oculta en el suelo del sótano. Intrigados, abrieron la puerta y descendieron por unas escaleras empinadas.

Al llegar al sótano, se encontraron con una habitación lúgubre iluminada por velas. En el centro de la habitación, había un altar rodeado de extraños símbolos grabados en las paredes. En el altar, yacía un libro antiguo cubierto de polvo. Uno de los jóvenes, Tom, decidió abrir el libro y comenzó a leer en voz alta.

A medida que leía, una presencia oscura comenzó a emerger de las sombras. Los jóvenes sintieron un escalofrío recorrer sus cuerpos mientras una voz susurrante llenaba la habitación. De repente, las velas se apagaron y quedaron sumidos en la oscuridad total.

Cuando las luces se encendieron nuevamente, los jóvenes se encontraron solos en la habitación. Tom había desaparecido, y en su lugar, en el suelo, encontraron una foto antigua de los Smith, con una inscripción en la parte posterior que decía: "Nosotros somos los guardianes de los secretos oscuros. Aquellos que nos despierten, nunca regresarán".

Desde entonces, la casa de los Smith fue evitada por los habitantes del pueblo. Se dice que los espíritus de los Smith y aquellos que se atrevieron a perturbar su descanso, aún vagan por la casa, esperando cobrar venganza sobre cualquier intruso que osara desafiar su secreto oscuro.

Primera visita al cementerio

Era la primera vez que Omar iba al cementerio a visitar la tumba de su hermano mayor, el cual murió siendo aun muy pequeño. Sus padres le habían contado de él, pero nunca antes los había acompañado. Pero, decidieron que Omar ya era mayor y podría unirse a la tradición familiar.

El chico observaba con atención todo lo que había a su alrededor, grandes estatuas de piedra con forma de ángeles, cruces de todos tamaños y con todo tipo de garabatos, y por supuesto muchas tumbas. Sus familiares que ya conocían bien el camino, se movían ágilmente entre las lapidas, y a él lo dejaron un poco rezagado. Mientras se apresuraba para no quedarse muy atrás, pasó entre dos tumbas pisando un caballito de madera.

Ya que sus padres acostumbraban llevar juguetes a su hijo difunto en sus cumpleaños, probablemente mucha más gente lo hacía, así que lo recogió para ponerlo en su lugar. Miro la inscripción de las dos tumbas, y en ambas había enterrado un niño, lo cual le dificultaba un poco para devolver el juguete a su dueño. Así que lo dejó a la suerte, y lanzando una moneda, decidió dejarlo en la tumba a su izquierda.

Se dispuso a salir corriendo para alcanzar a su familia, pero su pie se atoró con algo, y mientras estaba agachado tratando de zafarlo, le tocaron el hombro derecho y una suave voz le susurro al oído: -Ese juguete era mío…-, aunque el chico volteó lo más rápido que pudo, sus ojos solo percibieron una ligera forma traslucida que se deslizaba debajo de la lapida a su derecha.

Aunque sus pies estaban listos para salir corriendo y quería con todas sus fuerzas hacerlo, no tuvo más remedio que tomar el caballito y devolverlo a su dueño, para después de eso jamás volver a pisar un cementerio.

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