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Durante los siglos XVIII y XIX, la agricultura experimentó importantes avances tecnológicos y cambios en las prácticas de cultivo, como la introducción de nuevas herramientas, la rotación de cultivos y la aplicación de fertilizantes. Estos avances contribuyeron a aumentar la productividad de las tierras agrícolas y a mejorar las condiciones de vida de los agricultores. Sin embargo, también se produjo una concentración de la tierra en pocas manos, lo que generó problemas de desigualdad en el acceso a los recursos y en la distribución de la riqueza en el mundo rural.