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Durante los siglos XVIII y XIX, las condiciones laborales de los obreros eran generalmente muy duras. En esa época, la Revolución Industrial trajo consigo largas jornadas de trabajo, salarios bajos, y condiciones laborales peligrosas en fábricas y minas. Los obreros solían trabajar muchas horas al día, a menudo en ambientes insalubres y sin protección laboral.

Además, las leyes laborales y los derechos de los trabajadores eran prácticamente inexistentes en muchos lugares, lo que resultaba en una explotación generalizada de la mano de obra. Los niños también eran empleados en gran medida en fábricas y minas, enfrentando condiciones aún más difíciles.

Estos factores llevaron a la formación de movimientos obreros y sindicales que buscaban mejorar las condiciones laborales y luchar por los derechos de los trabajadores. A lo largo del siglo XIX, se produjeron luchas significativas por la jornada laboral de ocho horas, mejores salarios y condiciones más seguras.