Respuesta:
Lo más emocionante era mi maestra, doña Cecilia Paim. Ya le podían contar que era el chico más travieso del mundo, que no lo creía. (...) En la escuela, yo era un ángel. Jamás me habían reprendido y me convertí en el consentido de las maestras por ser uno de los más pequeños que hasta entonces apareciera por allí. Doña Cecilia Paim conocía de lejos nuestra pobreza, y a la hora de la merienda, cuando todos estaban comiendo, se emocionaba y siempre me llamaba aparte para mandarme a comprar una galleta rellena donde el dulcero. Sentía tanto cariño por mí que me parece que yo me portaba bien solo para que no se decepcionara".