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En el mito de Hércules, hay dos figuras principales que se oponen a él y buscan su perdición: Hera y Euristeo.

Hera

Quién era: Hera es la reina de los dioses, esposa de Zeus y diosa del matrimonio y la familia.

Razón de la oposición: Hera odiaba a Hércules debido a que él era el hijo ilegítimo de su esposo Zeus con una mortal, Alcmena. Hera estaba celosa y resentida por las infidelidades de Zeus y, como resultado, volcó su ira sobre Hércules desde su nacimiento. Intentó matarlo cuando era un bebé enviando dos serpientes a su cuna, pero Hércules, incluso en su infancia, mostró su fuerza divina y las estranguló.

Euristeo

Quién era: Euristeo era el rey de Tirinto y Micenas, primo de Hércules.

Razón de la oposición: Euristeo fue designado por Hera para supervisar las Doce Labores de Hércules, un conjunto de tareas aparentemente imposibles que debían redimir a Hércules de sus pecados y confirmar su inmortalidad. Hera manipuló la situación para que Euristeo naciera primero y, por tanto, fuera el gobernante legítimo al que Hércules estaría sometido. Euristeo era cobarde y envidioso de la fuerza y la fama de Hércules, y buscaba constantemente ponerle tareas difíciles y mortales con la esperanza de que fracasara o muriera en el intento.

Impacto de su Oposición

Hera: Su oposición fue constante y se manifestó en numerosas ocasiones a lo largo de la vida de Hércules. Por ejemplo, provocó que Hércules enloqueciera y matara a su esposa e hijos, lo que llevó a Hércules a tener que realizar las Doce Labores como penitencia.

Euristeo: Su papel como el supervisor de las Doce Labores era asegurarse de que las tareas fueran extremadamente peligrosas y difíciles. Euristeo se benefició de la intervención de Hera y se aseguró de que cada labor fuera un desafío monumental, desde matar al León de Nemea hasta capturar al Cerbero, el perro guardián del inframundo.

Estas oposiciones formaron parte crucial de la mitología de Hércules, ya que cada desafío y obstáculo que superó no solo demostró su fuerza y valentía, sino que también lo ayudó a alcanzar su eventual apoteosis, convirtiéndose en un dios en el Olimpo.