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Cuando en un país la población solo se preocupa por sí misma, puede afectar negativamente a la igualdad de derechos de varias maneras. Una consecuencia significativa es que se pueden perpetuar y amplificar las desigualdades existentes. Por ejemplo, si las personas privilegiadas o con poder económico y político solo se preocupan por sus propios intereses, es menos probable que apoyen políticas y medidas que promuevan la igualdad de derechos para todos los ciudadanos, especialmente para los grupos marginados o vulnerables.

Esta falta de preocupación por el bien común y por los derechos de todos puede llevar a la consolidación de privilegios para unos pocos en detrimento de la mayoría. Por ejemplo, podrían oponerse a políticas de redistribución de la riqueza, acceso igualitario a la educación o protección de derechos laborales, entre otros. En consecuencia, la brecha entre los que tienen poder y recursos y los que no los tienen podría aumentar, debilitando la cohesión social y afectando adversamente la estabilidad y el desarrollo equitativo del país.