La ciudadanía debe entenderse como un concepto dinámico porque no es algo estático ni inmutable; cambia y evoluciona con el tiempo, adaptándose a las transformaciones sociales, políticas, económicas y culturales. Los derechos y deberes de los ciudadanos se amplían, redefinen y en algunos casos, restringen en función de los contextos históricos y las demandas de la sociedad.
Relacionando este concepto con el análisis de la ciudadanía realizado por T.H. Marshall, podemos ver que él identifica tres etapas en la evolución de la ciudadanía: la ciudadanía civil, la ciudadanía política y la ciudadanía social.
1. **Ciudadanía civil**: Surge en el siglo XVIII y se refiere a los derechos necesarios para la libertad individual, como la libertad de expresión, el derecho a la propiedad y la justicia.
2. **Ciudadanía política**: Desarrollada en el siglo XIX, se refiere a la participación en el ejercicio del poder político, como el derecho al voto y a ser elegido.
3. **Ciudadanía social**: Emergiendo en el siglo XX, incluye el derecho a un mínimo bienestar económico y seguridad, el derecho a participar plenamente en la vida social y a compartir el patrimonio social.
Marshall muestra cómo la ciudadanía se amplía y profundiza con el tiempo, lo cual ilustra su naturaleza dinámica. En cada etapa, los derechos y las responsabilidades de los ciudadanos se redefinen y expanden en respuesta a nuevas demandas y cambios sociales. Por ejemplo, la inclusión de los derechos sociales en el siglo XX responde a la necesidad de garantizar un nivel de vida digno para todos los ciudadanos, algo que no era considerado en los siglos anteriores.
Esta perspectiva dinámica de la ciudadanía subraya la importancia de adaptarse a las nuevas realidades y desafíos, promoviendo una sociedad más justa y equitativa.
