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El Encanto de las Fiestas Patrias en Perú

En las alturas de los Andes peruanos, en un pequeño pueblo llamado Quispicanchis, vivía un niño llamado Mateo. Mateo tenía nueve años y siempre había sentido una gran admiración por las fiestas patrias de su país. Cada año, en el mes de julio, las calles se llenaban de coloridos desfiles, música vibrante y la deliciosa comida peruana que tanto disfrutaba.

Este año, Mateo estaba especialmente emocionado porque su abuelo, don Amadeo, le había prometido llevarlo a Cusco para presenciar el Gran Corso por Fiestas Patrias. Desde temprano, Mateo y su abuelo se prepararon. Vestidos con ponchos de lana y chullos adornados, partieron hacia la ciudad antigua.

En Cusco, las calles estaban decoradas con banderas rojas y blancas, mientras que los músicos tocaban con entusiasmo en las esquinas. Mateo se maravillaba con cada detalle: los trajes tradicionales de las danzas folclóricas, las exhibiciones de caballos de paso peruano y las coloridas carrozas que representaban la diversidad cultural del país.

Durante el desfile, Mateo no podía contener su emoción al ver pasar a los marinera limeños bailando con gracia, seguidos de los diablos de Puno que hacían reír a la multitud con sus travesuras. Su abuelo le explicaba cada baile y cada grupo étnico, compartiendo historias de antiguos reyes incas y héroes de la independencia.

Al terminar el desfile, Mateo y don Amadeo fueron a la Plaza de Armas, donde se celebraba una feria gastronómica. Probaron anticuchos, causa limeña, ceviche y chicha morada, mientras escuchaban a los músicos tocar huaynos y valses criollos.

La noche cayó sobre Cusco, y el cielo se iluminó con fuegos artificiales que pintaban figuras de llamas y cóndores en el aire. Mateo miraba maravillado, sintiéndose orgulloso de ser peruano y de compartir ese momento especial con su abuelo.

Al regresar a Quispicanchis, Mateo sabía que nunca olvidaría ese día. Las fiestas patrias no eran solo un evento anual, sino una celebración de la identidad y la diversidad de su amado Perú. Con una sonrisa en el rostro y el corazón lleno de recuerdos, Mateo se acostó esa noche sabiendo que las fiestas patrias siempre serían una parte importante de su vida y de su país.

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