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En estos capítulos aparece en primer plano la soledad y la violencia en la que vive Ernesto en el Colegio. El joven estudiante busca no solo escapar de la institución sino, a su vez, encontrar algo que le permita reconectar con ese mundo que últimamente solo encuentra en su interior.

Los recuerdos son para Ernesto un refugio, pero se da cuenta de que necesita actualizar esas experiencias vitales. Sus intentos frustrados de conversar con los indios colonos en Patibamba, en el capítulo IV, lo deprimen: “Ya no escuchaban ni el lenguaje de los ayllus; les habían hecho perder la memoria; porque yo les hablé con las palabras y el tono de los comuneros, y me desconocieron” (p.60). Este rechazo cala hondo en su espíritu: “aturdido, extraviado en el valle, caminaba por los callejones hirvientes que van a los cañaverales” (p.60). El recuerdo es todo lo que tiene; se resguarda en los huaynos que las indias le cantaron al despedirlo, una vez que tuvo que refugiarse con ellas cuando su padre era perseguido. Le vienen a la memoria también las palabras de su padre: “No importa que llores. Llora, hijo, porque si no, se te puede partir el corazón” (p.62). La soledad es implacable.

En el capítulo V ya lo encontramos a Ernesto concurriendo frecuentemente a las chicherías. Busca, en vano pero sin perder la esperanza, a los indios colonos. Sin embargo, los sábados y domingos hay música en vivo y concurren forasteros de todos los pueblos. Los músicos tocan huaynos a pedido y conocen todos los ritmos, incluso aquellos de las comunidades más remotas. Estas experiencias contrastan con la violencia del Colegio, muchas veces promovida por los Padres.

Nos encontramos, justamente en estas escenas, con algunas marcas contextuales que remiten al conflicto entre Chile y Perú durante los años 20. El Padre Director habla de la importancia del “desquite”. Muchos años antes, en 1879, había estallado una guerra territorial entre Chile y los aliados Bolivia y Perú. Finalmente, luego de que Chile mostrara una supremacía naval y ocupara el territorio en disputa, los tratados de arbitraje repartieron las tierras de un modo que favorecía a los chilenos, argumentando que el conflicto había comenzado por una agresión impositiva de Bolivia a Chile. Para los años 20 nos encontramos en medio de estos tratados de paz (el último fue en 1929) y guerras de remanentes del ejército, guerrilleros y montoneros peruanos. El Padre Director, por “desquite” se refiere a la reconquista de este territorio perdido.

El río se afianza como símbolo en algunas escenas de estos capítulos. El mal va cobrando protagonismo y es un tópico secundario pero insistente en la novela. Lo maligno no es algo externo que pertenece solo a los otros: “yo también, muchas tardes, fui al patio interior tras de los grandes, y me contaminé, mirándolos (...). Ningún pensamiento, ningún recuerdo podía llegar hasta el aislamiento mortal en que durante ese tiempo me separaba del mundo (...). A la hora en que volvía de aquel patio, al anochecer, se desprendía de mis ojos la maternal imagen del mundo. Y llegada la noche, la soledad, mi aislamiento, seguían creciendo” (pp.87-88). En contrapartida a esta sensación de soledad y desesperación, Ernesto se precipita los domingos al río Pachachaca para despejar su alma y borrar de su mente las imágenes lastimosas. “Así, renovado, vuelto a mi ser, regresaba al pueblo: subía la temible cuesta con pasos firmes. Iba conversando mentalmente con mis viejos amigos lejanos” (p.91). En este caso, el río es un lugar de desintoxicación. Ernesto atraviesa esta lucha interna con el mal; así como se identifica con el río, es consciente de que el mal habita en él también, y debe purificarse. Libra una batalla contra el mal que se encuentra en el mundo; busca derrotarlo venciendo las bajezas y tentaciones de su propia conciencia. Este mundo, lleno de monstruos y fuegos, como anticipó en el capítulo III, también está en el interior.

El danzak’ es uno de los motivos más relevantes de la obra de Arguedas. Presente desde sus primeros cuentos, el bailarín abanderado del mundo andino desafía a los valores foráneos. Es una presencia rebelde, que arenga a los indios a la lucha; se trata de un personaje portador de la sensibilidad mágica andina. El zumbayllu, ese trompo mágico que Ántero le regala a Ernesto, es el objeto mágico por excelencia de Los ríos profundos, y encarna el espíritu del danzak’, sobre todo del “Tankallyu”. Su sonido resuena en Ernesto y le trae alegría en los momentos más oscuros, además de valor y coraje para enfrentar la violencia del Colegio. Veremos cómo, en los capítulos subsiguientes, el zumbayllu adquiere una complejidad semántica mayor, al igual que los ríos. Por ahora cabe recordar este vínculo entre el trompo que canta y baila con el danzak’, y su poder, que no es ni maligno ni divino, pero que puede proteger a Ernesto.

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