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Los delfines viven en ambientes con visibilidad muy pobre y están adaptados para generar imágenes de su entorno con base en la percepción acústica del medio, tal como lo hacen los murciélagos en el ambiente terrestre. Esta adaptación les permitió evolucionar exitosamente en el ambiente marino.

La ecolocación involucra un proceso activo: el delfín emite una serie de sonidos cortos en forma de "clicks", éstos interactúan con el medio y se produce una nueva señal que le brinda información del entorno, pues entre la señal emitida y la modificada el individuo recibe información de lo que lo rodea. La ecolocación de alta precisión la logran emitiendo sonidos de amplio espectro, es decir, de frecuencias bajas y altas, aunado con un sensible oído direccional. La adaptación desarrollada para una eficiente ecolocación es la presencia de sacos de grasa, tanto en la mandíbula inferior, como encima de la frente, formando el llamado "melón". Esta acumulación de grasa tiene la función de ayudar a direccionar la emisión de sonidos y a recibir los ecos transmitiéndolos al oído medio. Paralelo al desarrollo de estas adaptaciones, los delfines en su evolución adquirieron un enorme cerebro, que les sirve para guardar, procesar e interpretar la gran cantidad de información acústica que continuamente están recibiendo de su entorno.