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A todos nos han contado la misma historia. En el año 711, las tropas del califato Omeya cruzan el Estrecho e inician la conquista militar de la Península Ibérica. La invasión es producto de una campaña de conquista que se inicia en la Península Arábiga a principios del siglo VII y que tiene como objetivo la extensión de la religión islámica.

Según nuestros libros de historia y nuestros profesores del instituto, las tropas musulmanas habrían invadido la península como parte de una guerra santa que busca la conversión al islam de sus habitantes, que hasta entonces profesaban la religión católica. La invasión es rápida. En unos pocos años, las tropas omeyas vencen militarmente a la monarquía visigoda y se hacen con el control de la península. Los reinos cristianos quedan reducidos a una estrecha franja de territorio en la montaña asturiana.

Todos conocemos la historia, pero lo cierto es que las fuentes no son tan claras. Los textos musulmanes sobre la conquista son muy tardíos, de casi un siglo y medio después, y los latinos, entre los que destaca la Crónica mozárabe, relatan la conquista pero no hablan de que tuviese un componente religioso ni relatan una invasión en nombre del islam. Esto ha llevado a algunos historiadores a cuestionar el relato hegemónico y a sostener que lo que se habría producido en la península, más que una invasión producto de una guerra santa, es una serie de oleadas migratorias que generan un lento proceso de islamización y arabización del territorio.

En nuestro país, el representante más conocido de esta corriente historiográfica es Emilio González Ferrín, profesor de la Universidad de Sevilla. En sus libros Historia general de Al Ándalus (Almuzara, 2006) y Cuando fuimos árabes (Almuzara, 2018), sostiene que el Mediterráneo estaba viviendo un proceso de orientalización desde el siglo VI, primero de raíz judeocristiana y posteriormente de tipo paleoislámica. De esta manera, no tendría mucho sentido marcar el año 711 como una fecha clave, ya que el proceso de arabización y orientalización se estaba produciendo desde mucho antes y se prolongaría mucho después. No se trataría de una invasión militar por motivos religiosos, sino de un proceso lento de arabización que se extendió por todo el Mediterráneo debido a una serie de movimientos migratorios continuados.

Dicho de otra manera: la voluntad de construir una civilización islámica no es previa sino posterior, no se invade la península para construir un gran califato musulmán, sino que la civilización islámica emerge de estos territorios cuando el proceso de arabización ya se ha consolidado.

La consecuencia de entender así la historia del Mediterráneo en este periodo es que se modifica la forma de ver el proceso de islamización. No se trata de algo ajeno a la historia del territorio que llega de fuera y se impone de forma violenta, sino de algo que se construye desde dentro. Al Ándalus no es el producto de una conquista religiosa o una guerra santa, sino el resultado de un lento proceso de cambio y evolución común a todo el entorno mediterráneo y que en la península se consolida gracias al colapso de la monarquía visigoda.

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