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La bóveda celeste y los astros

En la bóveda celeste vemos un cielo nocturno con once estrellas con halo propio, vibrante y exagerado. Dos espirales nebulosas que se abrazan una a la otra creando la sensación de movimiento y fluidez, como en dirección a la luna. Esta se encuentra en la esquina superior derecha en estado menguante, y destaca con la gama de tonos amarillos, igualmente luminosa y vibrante, como si fuera más bien un sol.

El paisaje terrestre

En la base del lienzo, podemos observar un paisaje cargado de colinas y montañas de curvas poco pronunciada y un pueblo, lleno de casas, trigales y olivares, lo que reafirma la horizontalidad aparente de la bóveda celeste.

Dos elementos de la composición rompen esa horizontalidad y, junto al cielo estrellado, acaparan la atención del espectador: la torre de la iglesia y un ciprés. Estos son los únicos dos elementos que apuntan hacia el cielo. Estos elementos quiebran sutilmente la composición, mantienen el equilibrio y dirigen la mirada al foco de interés del pintor: la noche estrellada.

Los colores

La distribución de los colores blancos, amarillos, verdes y azules que el pintor aplica en el cielo son mucho más vivos que los tonos sombríos usados en la ciudad. El uso de los colores blanco y amarillo para crear el efecto de los espirales lleva la atención del espectador al cielo.

La técnica

Entre las características de la obra de Van Gogh es necesario tomar en cuenta la técnica. El artista ha optado por el óleo sobre lienzo, pero su tratamiento es absolutamente personal. Dejando de lado los principios de profundidad espacial así como la idea del acabado, el pintor postimpresionista usa la pincelada gruesa, ya concéntrica, ya ondulante, como si estuviera imitando un tejido popular.