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La historia cuenta que una niña iba con su rebaño de ovejas, cuando oyó que le llamaban por su nombre, fue a buscar entre los árboles, y para su sorpresa vio en el roble “una estatua de Nuestra Señora que desprendía de sí tan suave olor y estaba adornada con tanta claridad, que más parecía aquél dichoso sitio gloria que tronco de un árbol entre la maleza”, dicen los conocedores.

Así, la pequeña corrió a contar a sus padres el hallazgo. Quienes al no dar crédito, la acompañaron al lugar donde se encontraba el viejo roble.

Al ver la imagen, los padres lloraron emocionados y se volvieron presurosos a comunicar el suceso al Señor Cura. Este lo dio a conocer a los feligreses y llenos de curiosidad y júbilo todos se encaminaron y decidieron, devotos, trasladarla a la parroquia.

Al día siguiente, muy temprano, los feligreses fueron al templo y con gran sorpresa vieron el pequeño altar en donde lo habían dejado estaba vacío.

Corrieron entonces hacia al bosque y se alegraron de encontrarla en el mismo sitio donde por primera vez le habían visto.

Observaron, con admiración que su manto y su vestido de madera tenían lodo, zacate y cadillos, por lo que dedujeron que la imagen había hecho el trayecto a pie, indicando su deseo de que en ese lugar fuere erigido su templo.

Se dice que fueron muchas las ocasiones en las que llevaron a la virgen a la parroquia, y que las mismas veces ella regresaba al bosque.

Los fieles juraron edificarle un templo a la virgen a la que, en el transcurso de los siglos llamaron: Nuestra Señora del Reino, del Nogal, del Reino.

Y cumplieron su promesa levantando una humilde ermita, convertida en la actualidad en la hermosa Basílica del Roble, en las calles de Juárez y 5 de mayo de la ciudad de Monterrey.