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La higiene consistía en camuflar la suciedad pero aún así, lo que para ellos era lavarse (y que para nosotros probablemente no tendría nada que ver con ese concepto) era algo rutinario y lujoso entre los aristócratas. "Cada día entre que se levantaban, se lavaban y se arreglaban podían tardar hasta tres horas. Se sentaban en su tocador, los peinaban, les ponían las pelucas, les maquillaban... En Versalles, asearse era rutinario y se hacía varias a veces al día", explica la filóloga sobre los hábitos de la aristocracia en el palacio real de la época.

El pelo tampoco se lavaba con agua sino que se empolvaba con productos tóxicos que provocaban la caída prematura del pelo, y de ahí que la mayoría decidiese esconder esta calvicie con el uso de pelucas. La higiene bucal no era mejor, según la historiadora Marie Petitot. Para evitar el mal aliento el rey Luis XIV se frotaba regularmente los dientes con unos pequeños sacos de tela rellenos de raíces y empolvados de mármol. Algunos decidían masticar tabaco o enjuagarse con orina.

El maquillaje que usaban los aristócratas les daba un aspecto casi teatral. "Se maquillaban el rostro de blanco y con rojo en las mejillas y en los labios. Luego se ponían lunares, que se pintaban para tapar cualquier marca o impureza porque había que tener un rostro casi divino. Tener un rostro puro significaba que tenías una alma pura. Cuanto más blanco más aristócrata", añade Ana María Iglesias.

Las apariencias, pues, eran fundamentales. Pero nada conseguía evitar el proverbial hedor del palacio de Versalles, a veces era insoportable. Según un artículo de Marie Petitot en Plume d’histoire, el palacio estaba equipado con 350 chaises percées, es decir, unas sillas perforadas para defecar. Este número era insuficiente para la multitud de aristócratas que residían en el palacio, los cuales llegaron a ser unos 20.000.

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