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Una brisa alocada entraba por las rendijas del tren, como si anunciara su entrada triunfal. Era como un ejército que regresa de una batalla, con la energía y la fuerza de la victoria. El viento se colaba por esos pequeños espacios, susurrando historias de lugares lejanos y aventuras por vivir. El tren avanzaba, y la brisa se mezclaba con el olor a hierro y el sonido rítmico de las ruedas sobre los rieles. En ese momento, todo parecía posible: los sueños, los destinos, las promesas. Y así, entre las rendijas, la brisa nos llevaba hacia lo desconocido, como un aliado silencioso en nuestro viaje.